¿Desde cuándo existe Manta, por qué se llama así y qué significado tiene tal nombre? He allí algunas preguntas que probablemente nunca tendrán una respuesta.
Manta figura en los primeros mapas que trazaron los navegantes y cartógrafos de los siglos XVI y XVII, mientras el “nuevo mundo” revelaba los secretos de su geografía.
Tal vez, uno de los más conspicuos cronistas del siglo XVI haya sido el aventurero milanés Girolamo Benzoni. Integrando una de las primeras expediciones que marcharon desde Panamá hacia el mítico Reino del Perú, Benzoni pasó por Manta en 1547, que apenas una década antes había sido una especie de ciudad indígena de unos veinte mil habitantes. Al parecer, en este rico pueblo aborigen había calles bien trazadas, muchas construcciones e inclusive “templos tan grandes como el de Pachacamac”, en Lima.
Los habitantes de Manta eran mercaderes y pescadores. Se ataviaban con túnicas y taparrabos, pintaban sus cuerpos y los adornaban con pendientes, narigueras, aros y collares de piedras y metales preciosos, todo lo cual no podía sino avivar la codicia española.
El puerto de Manta, situado en la base de una extensísima bahía, era pues una ciudad nativa desde mucho antes que fueran fundadas Caracas (1567), Buenos Aires (1580, segunda fundación), Santiago de Chile (1541), Río de Janeiro (1555) o Nueva York (1625).
La agonía de Manta fue simultánea con la conquista. En 1550, apenas tres años luego de su primera visita, Benzoni se ve obligado a una segunda permanencia en Manta, al naufragar el barco en el que retornaba a Panamá, y deja escrito un dramático testimonio:
“... esta provincia está arruinada y poco le falta para que se destruya del todo (...) Dicha ciudad de Manta, situada en la playa, era una de las principales de esta costa, y
tenía, antes de que los españoles penetraran al país, más de veinte mil pobladores, pero en la actualidad sóloviven en ella aproximadamente cincuenta indios, cosa que igualmente ha ocurrido en todos los demás pueblos de la provincia”.
De 20.000 habitantes a medio centenar...¿Qué puede explicar un tan dramático descenso de la población nativa en el transcurso de sólo una década?. Una gran mortandad, causada por enfermedades desconocidas, una masiva emigración hacia bosques y montañas y probablemente ambos factores conjugados. Pero la codicia fue, sin duda, el detonante...
“Tenían asimismo los indios una grandísima cantidad de vasos de oro y plata, pero los españoles los han despojado de todo, por lo cual, actualmente, ellos no dan a sus patrones sino aquellas cosas que se cosechan en el país; razones son todas éstas que explican la poca cantidad de españoles que en él habitan”.
Manta y su región tienen también un relato tutelar que parece oscilar entre la realidad y la fantasía. Es el misterio de las esmeraldas. Dejemos que sea el mismo cronista italiano Benzoni quien nos ofrezca, desde el pasado, la primera pista: “...los aborígenes poseían muchas esmeraldas y actualmente tienen todavía sus minas, pero para ellos solamente; y aunque los españoles los hayan atormentado y dado muerte a muchos, nunca han querido revelar donde se encuentran; yo he oído decir, sin embargo, que a un mayordomo del capitán Juan de Olmos, una india concubina suya, le enseñó el sitio donde están, pero que él no quiso hacer público el dato por temor de que el Rey se adueñara de las minas para su exclusivo provecho.”
Pues bien, parece ser que una de estas esmeraldas era de tan grande tamaño y vistosidad, que había sido tallada hasta darle la forma de una cabeza femenina, por lo cual se le atribuían mágicos poderes curativos cuando el cacique la frotaba sobre el cuerpo de los enfermos. A la “Diosa Umiña”, así llamada no por uno, sino por varios cronistas españoles cuyos testimonios coinciden, se le rendían ofrendas con otras esmeraldas más pequeñas, consideradas como hijas de la primera. Pero, ¿qué sucedió con esas piedras milenarias y donde estaban las supuestas minas donde eran obtenidas?. En este punto, la historia nada dice y todo pertenece al reino del misterio... o de la leyenda.
Además de las grandes balsas en que estos “habilísimos navegantes y pescadores” se transportaban, los aborígenes de la costa estaban confederados y celebraban sus consejos sentados sobre grandes sillas ceremoniales de piedra labrada, mientras que las transacciones comerciales se formalizaban mediante el intercambio de una suerte de “moneda” tallada en valvas de concha Spondylus de color rosado.
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